
El sueño de Tartini de Louis-Léopold Boilly (1824), en la que ilustra el relato de Tartini.
Era un hombre que soñaba una noche, el mismo estaba deambulando en la calle y veía a la gente alarmada viendo la TV, lo peor era que había hombres armados cuidando a aquellos que veían en los aparatos. Me acercaba a ver qué era lo que tenía contrariada a tanta gente pero no pude llegar a ver en las pantallas, la gente murmuraba que tenía que ser algo del gobierno; Pero no pude ver la pantalla.
Estar entre la gente comenzó a contrariarme y decidí entrar en un teatro que también exhibía el acontecimiento que todo el mundo estaba viendo. Al entrar todos veían a la pantalla pero mi vista rápidamente se fijó en la comida que vendían en el teatro; era una especie de vendimia y en ella había bocadillos de todo tipo, panes dulces, con azúcar glas por encima, panes planos rellenos con tocino o chuleta de puerco. Lo que más me llamo la atención fue unos pasteles rellenos con canela y avellanas en una exhibidora.
Al preguntarme la despachadora si quería uno, me excuse diciéndole que no quería, que solo veía. Pero la verdad es que sabía que mi tarjeta de débito no tenía salo suficiente para comprar, aunque nunca pregunte el precio de las cosas.
Seguí caminando hasta un centro comercial y entre. Ya olvidado el asunto de la comida sentí deseos de ver las vitrinas, al entrar a un negocio en forma de L pude ver a dos hombres que me veían y me amenazaron con una escopeta recortada de 2 cañones. Impasible me quede paralizado mientras el hombre moreno de cicatrices en su cara me decía: “quieto ahí”.
Estaba vestido con una franela muy desteñida de color morado, su pelo negro cortado al rape disimulaba un afro pequeño y enmarañado. El hombre me veía y a la vez veía a otro que estaba hurgando en el depósito del local, este tenía medio cuerpo en una abertura del techo que era la entrada del depósito, estaba montado en una escalera y solo pude ver de aquel hombre sus pantalones de jean desteñidos.
Poco a poco me alejaba de los hombres, ellos hablaban y el de la escopeta no dejaba de apuntarme. A casi 5 metros de distancia el hombre de la franela morada volteo y vio a su compañero salir, me miro por última vez y se metió en la entrada del techo. Di media vuelta y al llegar a la entrada había un hombre mayor con la cara pálida del miedo; nos vimos a los ojos y él grito con todas sus fuerzas: “llamen a la policía”.
El grito hizo eco en todo el edificio y la gente corrió en desbandada a la salida, justo a un lado del centro comercial había un enorme terreno bajo la sombra de árboles de níspero y mango. El murmullo de la gente alerto a los ladrones quienes eran tres en total, los vi balancearse en las vigas de lo que era un viejo techo de zinc a medio construir y que había estado así por años, herrumbroso y lleno de hoyos pequeños por los que pasaba la luz como constelaciones a plena luz del día.
Ese paraje se llenó de ruido y pude ver al hombre de la franela morada que me miraba al vernos, levanto su arma y me apunto. Esta vez tenía un revolver y disparo en mi dirección dos o tres veces. Sentí la bala atravesar las escuetas láminas de zinc y rozar mi espalda como si de piedras se tratasen, al voltear vi en el suelo la cabeza de plomo del proyectil ya deforme y mis nervios comenzaron a traicionarme. Pero no dio tiempo a mi cuerpo de reaccionar, tras escuchar un grito y el posterior retumbar de un helicóptero me alerto de la inminente llegada de la policía.
Los hombres que estaban guareciéndose en el techo les disparaban y se ocultaban pero veía como desde el helicóptero les dispararon una ráfaga de ametralladora que retumbo todo el lugar, las balas al chocar contra el concreto del piso del estacionamiento levantaban un tumulto de polvo como si de pequeños volcanes se tratasen. Los hombres del techo disparaban y yo tenía ganas de dispararles también.
No distinguí si estaban heridos o no pero el creciente siseo de las balas me hizo tirarme de bruces contra el suelo, escuchando el creciente crepitar de la balacera. Veía a mis espaldas como el viejo gritaba y entraba en la breve explanada de árboles que me guarecían. Una hediondez en el aire me alerto de la presencia de un animal parecido a una oveja grande con ojos vidriosos que se acercaba supurando un líquido blanco de su boca y ojos. Estaba a un puñado de pasos de mí cuando sentí como un hombre que iba tras ella le disparo y el proyectil le cerceno el lomo en dos.
Vi su cabeza caer a mi lado y detalle con horror como aún se movía y gesticulaba de forma grotesca como si quisiera morder el aire entre sus fauces no se veía terrorífico, pero tenía la certeza que si me mordía algo terrible me pasaría. Esa cabeza grotesca y sus horribles facciones se me quedaron plasmadas en la memoria hasta ver como de un segundo disparo su cabeza fue hecha pedazos.
Los hombres me levantaron y atónitos comentaban como el mundo se estaba haciendo pedazos, veía los escombros y los cuerpos de la pequeña batalla de la policía con los delincuentes. Comprobé con horror como habían terminado sus cuerpos destrozados por las balas hasta el punto de reconocer las tiras de aquella franela morada que cargaba puesta el hombre que me apunto.
Con la caída de la noche mi cuerpo cansado me exige dormir y al recostarme me levanto en mi otra realidad. Esta vez estoy acostado junto a un niño que me mira y sé que acabo de tener un mal sueño. ¿O es una premonición del futuro? La verdad no lo sé.
Moises Flores.